Antes de todo, quiero resumir los puntos clave necesarios para comprender los años 1930. Fueron unos años que algunos autores definen como “la guerra civil europea”. Desde nuestra perspectiva cuesta comprender el grado de violencia política que existía en toda Europa. Las revoluciones políticas (y no solo las socialistas) estaban a la orden del día y eran habituales artículos sobre ello en la prensa de todas las ideologías. Es lógico que aquella situación afectase en algún grado la forma de pensar o de actuar de las personas corrientes.

La Primera Guerra Mundial y la Revolución rusa supusieron una gran ruptura en Europa en muchos aspectos. En primer lugar, la gran mortalidad de alguna manera sirvió para que la vida humana no tuviese tanta consideración. La gran masacre de soldados y la altísima mortalidad derivada de la guerra (hambrunas, la pandemia de la gripe o el tifus) supusieron un gran ‘shock’ para aquella generación. Su mundo había cambiado por completo.

En segundo lugar, Rusia era un símbolo. Significaba que la revolución era posible. La Revolución socialista internacional fracasó y, sin embargo, la posibilidad de que hubiese triunfado en un solo lugar, como Rusia, implicaba que valía la pena intentarlo. Esta idea atravesaba a fuego las izquierdas. Por ello aquel período está plagado de insurrecciones, huelgas, motines o rebeliones que trataban de llevar el descontento de una sociedad que padecía graves penurias materiales hacia una revolución social completa. Además, en los años 1930 se produjo el reconocimiento diplomático de la Unión Soviética y, con él, la constatación para la comunidad internacional de que, aunque no fuese de su agrado tendrían que convivir con el comunismo soviético. Eso no quería decir que Rusia no fuese el país más odiado y temido por la burguesía. Por evitar la revolución las élites o la Iglesia harían lo que fuera.

El siguiente factor a tener en cuenta era la crisis capitalista. Los años 1920 se cerraron con el ‘crack’ de la bolsa de Nueva York. Y durante los primeros de la década siguiente esta crisis golpeó Europa occidental con especial crudeza. En el caso español, la crisis comenzó a sentirse durante la dictadura militar de Primo de Rivera, que dio pie a una importante crisis del sistema político español que desembocó en la República del 14 de abril. De alguna manera ese proceso se puede considerar como el hundimiento de la credibilidad de los “gobiernos de orden” y de la Monarquía y la entrada en escena de las masas, como veremos, cuyo empuje en el período de 1919-1923 había llevado el país a una gran tensión revolucionaria. Si entonces no se llegó a la revolución fue porque las organizaciones no estaban maduras para ello y por la gran violencia que desplegaron las élites, no dudando en incurrir en métodos paramilitares, contratando bandas de pistoleros. Pero, volviendo a la época de la proclamación de la República, esas masas la veían como una especie de desquite, de justicia universal, que por una vez le favorecía.

Como se ha dicho, la crisis estaba cambiando las sociedades. En el caso alemán fue aprovechada por el nacional-socialismo. Pero en otros lugares la agitación político-social vino de la mano de la izquierda comunista, socialista o anarcosindicalista. El ascenso de Hitler al poder en Alemania provocó una radicalización de las posiciones políticas en todas partes y España no fue una excepción. Para una parte del socialismo – el del PSOE y la UGT – la democracia liberal perdió su atractivo. Esos sectores obreros se radicalizaron, apostando abiertamente por la revolución. Incluso las bases republicanas se radicalizaron.

Por último, es esencial comprenderlo, las derechas europeas apostaron abiertamente por regímenes autoritarios como los de Italia o Alemania. La Europa de los años 1930 estaba dominada por dictaduras militares, gobiernos de excepción y monarquías autoritarias que gobernaban a golpe de decreto y que habían desplazado el parlamentarismo. Se apreciaba mucho la labor de los “grandes hombres” que podían liderar exitosamente el destino de la nación. No fue solamente un fenómeno germano o ibérico, sino que Alemania o España fueron un caso más de una democracia reformista y liberal derrocada por los golpes militares (como Italia, Portugal, Hungría, Polonia, Checoslovaquia, etc.).

Las derechas españolas, tradicionalmente monárquicas, nunca estuvieron contentas con la República. Al contemplar la radicalización del pueblo español en 1934 entendieron que la única forma de frenar la revolución era mediante la fuerza. La República ya no servía. Era necesario someter a ese pueblo que le había perdido el miedo a la autoridad y no reconocía su lugar en la sociedad. Así que partir de 1935 menudearon los complots para destruir el régimen republicano, incluso aunque estuviese gobernando la derecha en esos mismos momentos. El verdadero proyecto de país alternativo por la derecha, era el de la Iglesia católica, representada políticamente por la CEDA.[1] No se trataba de un movimiento fascista, sino reaccionario.

En España el fascismo arraigó a partir de la guerra y vino de la mano de los militares, más que del falangismo. Antes del conflicto existía era una derecha con varios sectores (monárquicos, católicos, carlistas o falangistas) unidos por su rechazo frontal al liberalismo político, a la acción política de las masas, a la lucha de clases o a las reivindicaciones nacionales periféricas. Es difícil entender la Guerra Civil sin tener en cuenta todo esto.

El punto de ruptura, que desencadenó los hechos, fue la Revolución de Octubre. A partir de entonces tanto las derechas como las izquierdas estuvieron preparando el terreno para los futuros enfrentamientos. Para la derecha, la Revolución era la constatación del fracaso de la República, que era necesario abolir para contener a las masas, que amenazaban con desbordarse. Para las izquierdas, Octubre fue entendido desde una mezcla de epopeya y victimismo. Por un lado, se había demostrado que era posible derrotar militarmente al ejército (Asturias), y por el otro se había puesto de manifiesto la naturaleza represiva y autoritaria de la oligarquía que controlaba realmente el país. El triunfo electoral de las izquierdas en febrero de 1936 devolvió el poder político al bando republicano, lo que fue considerado por la derecha poco menos que como una declaración de guerra. Por tanto, todas las fuerzas se fueron preparando para un choque inevitable.

La particularidad en Catalunya era la Confederación Nacional del Trabajo, CNT. Creada en 1910 a partir de sociedades obreras preexistentes, la CNT logró convertirse en 1918-19 en el sindicato único del proletariado, al menos en lo concerniente a Catalunya. A partir de entonces la burguesía se centró en liquidar esta organización. Para ello organizó bandas de pistoleros que asesinaron no pocos líderes sindicales. Sin embargo, contra todo pronóstico, la CNT sobrevivió devolviendo golpe a golpe terminando con algunas de estas bandas de forma expeditiva. Para 1923 volvía a estar en plena forma. Es entonces cuando el Capitán General de Catalunya, Miguel Primo de Rivera dio un golpe de estado, que fue aceptado por el Rey Alfonso XIII. Cierto es que los motivos del golpe fueron muy diversos, pero sin duda la existencia de un proletariado organizado por anarquistas revolucionarios era uno de ellos.

Pues a pesar de todo, la CNT logró sobrevivir a la dictadura. El movimiento anarquista y sindicalista salió reforzado de la dictadura y contribuyó a su caída en buena medida. A pesar de propiciar la instauración de la Segunda República, la CNT inició una activa campaña de agitación social y de organización sindical. Logró organizar en pocos meses cerca de 1 millón de trabajadores en toda España (contaban con algo más de 500.000 para su congreso de junio, pero eso solo fue el principio).

El fracaso de la República vino dado por la crisis económica, por la incapacidad republicana de controlar sus propias fuerzas de seguridad – que odiaban al pueblo –, por los diversos complots de las derechas contra el estado republicano, por la guerra declarada desde el clero a la República, por la división política, por las reivindicaciones territoriales y por la efervescencia del movimiento obrero. De alguna manera, la República se vio superada por problemas estructurales que se retroalimentaban unos con otros. Ante la incapacidad republicana para resolverlos, el movimiento obrero simbolizaba la respuesta del pueblo ante la derecha.

Por último, habrá que explicar que la CNT, en el verano de 1931, se presentaba como la gran organización del proletariado. Pero justo en ese momento, se dividió entre quienes defendían que había que iniciar un proceso revolucionario de inmediato – emulando a la Rusia de 1917 – y quienes pretendían construir una organización más sólida capaz de realizarla más adelante. Este fue el inicio del conflicto, respectivamente, entre la Federación Anarquista Ibérica,[2] FAI, y los treintistas (firmantes del Manifiesto de los Treinta[3]).

Ya sea debido al carácter de los principales militantes, o a sus contactos con otros sindicatos catalanes, el caso es que en la comarca del Bages predominó la corriente treintista. Esto ocurrió paradójicamente debido a la Revuelta del Alto Llobregat, ocurrida en enero de 1932. Esta insurrección tuvo su epicentro en Fígols (en la actual comarca del Berguedà), pero enseguida se extendió por toda la zona, incluyendo diversas poblaciones del Bages. Los anarquistas revolucionarios se lanzaron a proclamar el comunismo libertario, pero fueron derrotados por las fuerzas del orden en cuestión de pocos días. Esta insurrección provocó una ruptura entre radicales y moderados, puesto que éstos últimos acusaron a los primeros de atraer la represión sobre todo el movimiento obrero por obra y gracia de una aventura condenada al fracaso de antemano. Esta situación se agudizó con los meses, con duros enfrentamientos internos entre faístas y treintistas por el control de los comités y las juntas de los sindicatos de la CNT.

Por si esa división fuese poco problema, también se expulsaron todos los sindicatos que dirigían militantes del Bloque Obrero y Campesino, BOC,[4]. Y, por otro lado, a partir de las clausuras de sindicatos por orden del Gobierno Civil, consiguieron arraigar algunos sindicatos dirigidos por los socialistas y los comunistas del Partido Comunista de Cataluña, PCC. En definitiva, lo que fue un movimiento unitario en 1931, en 1934 se había fragmentado en cuatro espacios políticos distintos: el de la CNT del sector oficial (o faísta), el de la CNT de Oposición (o treintista), el de los sectores comunistas y socialistas (incluida la UGT), y el de los sindicatos afines al BOC.

A nivel sindical, poniéndolo en números, en 1931 la CNT en las comarcas del Bages y Berguedà contaba con unos 20.000 afiliados. Como la CNT se dividió, sufrió una pérdida constante de apoyos y, hacia el verano de 1936, el sector CNT-FAI tenía formalmente solo unos 4.200 afiliados – organizados en la federación intercomarcal – y el sector de CNT-Oposición unos 7.500. La UGT había crecido por entonces hasta los 1.000 afiliados en Manresa y otro millar para la comarca. Y los sindicatos afines al BOC/POUM también contaban con otro millar de afiliados. Como vemos, entre todos sumaban unos 14.000 afiliados, cosa que no llegaba al nivel de 1931.

Además de estos sindicatos, existía la Unió de Rabassaires,[5] creada por trabajadores del campo. En 1932 contaba con unas 3.000 personas afiliadas en el Bages. Los rabassaires tuvieron una grave crisis tras la Revolución de Octubre, pero se reorganizaron en 1936 más radicalizados si cabe.

En cuanto a partidos y movimientos políticos, antes de la guerra quien tenía mayor fuerza era Esquerra Republicana de Catalunya, ERC. Para el congreso que esta fuerza realizó en mayo – y del que afortunadamente tenemos datos – los distintos grupos locales correspondientes al Bages, suman entre todos 2.130 personas (ver listado), aunque su espacio político afín sería bastante mayor.

El movimiento libertario, por otro lado, se repartía entre ateneos, grupos de afinidad de la FAI y agrupaciones de las Juventudes Libertarias. En el Alto Llobregat había 18-19 grupos de la FAI, lo que suponía entre 150 y 200 personas. Las Juventudes contarían con alrededor de 500 militantes hacia el verano de 1936 (ver listado). Es decir que el anarquismo organizado tendría alrededor de 700 personas en la comarca. Por último, tanto el POUM como su rival socialista, la Unió Socialista de Catalunya, USC, no tenían más de un centenar de militantes cada una.[6]

Mapa realizado por la Junta del Acuartelamiento de Manresa en 1932. ACBG.

[1] Siglas de Confederación de las Derechas Españolas. Era una coalición de partidos liderada por José María Gil Robles.

[2] Organización creada en Valencia en 1927. Era una federación de grupos de afinidad. En contra de su fama, en su seno había diversas corrientes, desde pacifistas hasta revolucionarios partidarios de las armas.

Ver Christie, S. (2011). Nosotros los anarquistas: Un estudio de la Federación Anarquista Ibérica (FAI). Universidad de Valencia y Gómez Casas, Juan (2002). Historia de la FAI. Fundación Anselmo Lorenzo. Y Vadillo Muñoz, Julián (2020). Historia de la FAI. El anarquismo organizado. La Catarata.

[3] Documento que apareció en agosto de 1931, firmado por treinta personalidades relevantes de la CNT, como Ángel Pestaña, Joan Peiró, Juan López, Sebastián Clará, etc. En enero de 1933 ese sector constituyó la Federación Sindicalista Libertaria que dio estructura orgánica a su movimiento y en junio crearon la Federación Regional de Sindicatos de Oposición.

[4] El BOC surge a partir de la Federación catalano-balear del Partido Comunista, que se separó en bloque del Partido Comunista de España por disensiones con él. El BOC se fundó en 1931 y en 1932 intentó dar un salto a todo el Estado, mediante la Federación Comunista Ibérica, proyecto que fracasó. Su líder fue Joaquín Maurín. Por otro lado, existía un partido minoritario, dirigido por Andreu Nin, llamado Izquierda Comunista de España. Ambos grupos se unieron en 1935 formando el Partido Obrero de Unificación Marxista, POUM. 

[5] Unió de Rabassaires fue creada en 1922 por campesinos vinculados al sector vitivinícola que trabajaban sometidos a contratos de cultivo que no les daba acceso a la propiedad de la tierra. Para 1932 contaban con 21.542 afiliados en toda Catalunya, pasando a ser presidido por el socialista Josep Calvet Mora. 

[6] Datos de Gómez G. Miguel. Teixint la historia en Roig i Negre. pp. 242-250 y 262-266.